Mar tormentoso con barcos de vela Jacob van Ruisdael [Imagen obtenido del Museo Thyssen-Bornemisza]

Maldito Pescador

Diego ArGo

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*Para mamá.
El punto de encuentro era siempre el mismo. La Roca Blanca, espíritu de nuestro pueblo. Ahí, justo antes del amanecer, podíamos compartir nuestro amor. Sin que nadie nos observara, más que la arena y el Mar. Hacíamos el amor mientras salía el sol y nos despedíamos con el calor de un nuevo día. La playa, oculta entre mil piedras, era un lugar seguro… tal vez el único. A veces conversábamos, otras solo nos mirábamos a los ojos. Era ahí cuando éramos más vulnerables, cuando mejor nos conocíamos.

Con la madurez obligada que nos perseguía, era cada vez más difícil encontrarnos. Las responsabilidades nos ataban cada vez más a lo mundano. La felicidad se nos escapaba entre los dedos como la arena testiga de pasiones insólitas. Recuerdo con nostalgia, una manera más bonita de decir tristeza sonriente, nuestro último encuentro.

— Dicen en la aldea que esa Roca Blanca es Ana.

Le encantaba contarme la leyenda, generalmente cuando tenía miedo a decir otra cosa. Esa mañana le teníamos miedo al adiós. Hablaba de Ana y Miguel con tal elocuencia, que parecía cantar una canción. Yo, sin entender muy bien la pasión que le significaba el cuento, tomaba su mano con fuerza cuando derramaba lágrimas, sabiendo que Miguel no volvería. Al día de hoy me sigo cuestionando si sus lágrimas estaban dedicadas a mí, que no volví. El murmullo del Mar lo decía todo. Conteniendo las lágrimas pregunté inocentemente:

— ¿Crees que el Mar la siga queriendo?

Me miró triste.

— Lo peor es que ella lo sigue amando a él. Aún así, cubierta de sal y de coral. Esperando eternamente. Sin respuesta. — Miraba al horizonte, absorto en sus colores cálidos. — Y el Mar seguirá combatiendo al pescador y nunca llegará a ella.

— Es la maldición del Mar. Ella en la orilla, inmóvil. Y el Mar está obligado a regresar una vez que toca la arena. Es un amor imposible.

— Pero no prohibido.

Así transcurrió la última mañana de nuestra vida. La única que ha valido la pena. Hoy vivo lejos del Mar y me pregunto si Miguel volvió y Ana respiró. Un beso tímido, sabor a lágrimas, fue lo último que nos dijimos. Por unos días vivimos con la esperanza de que no fuera el final, pero no hubo otro encuentro. No hubo otro amanecer. No hubo nada más.

A veces pienso en volver al pueblo. Recorrer sus empedrados para averiguar si sigue ahí. Si le cuenta a alguien más la leyenda. Pero algo me impide tomar el avión. Tal vez sea miedo, tal vez sea lo mejor.

No me arrepiento de nada. Hoy pretendo ser feliz y algunos días lo soy. Solo sueño con haberle dicho:

Dame un beso amor y espera quieto junto a la playa.
Tal vez así, hubiera vuelto. Con la promesa de mi Roca Blanca.

*Inspirado en la canción Naturaleza Muerta compuesta por José María Cano.

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Diego ArGo

Escribo para encontrarme. Gracias por detenerse en este pueblito que es mi imaginación. @argodiego